diciembre 22, 2005

El convento.

Estaba sentado en la sala de visitas. Frente a mi, estaban las imágenes de San
Antonio de Padua y San Francisco, tan tristes, tan patéticas. El convento lo
sentía frio como ese dia de San Silvestre. Y lo peor apenas venía.

A verla salir de las celdas sentí que se me abria el suelo. Ahi estaba. Con su hábito y su toca de novicia, con sus ojos llenos de inocencia, con esa imagen de servicio y soledad, exactamente iguales a las imágenes de los santos que tanto veneraba.

El hábito puesto significaba lo peor para mi. Significaba que mi espera de 15 meses fue en vano. Ni siquiera tuve el privilegio de verla tomar sus votos, su ansiada seguridad que jamas pude darle. Significaba el inicio de una espera larga, enferma y dolorosa que no terminaria hasta hace muy poco.

Salimos. Una monja se habia enfermado y a mi me tocó la tarea de conseguir transporte, lo cual hice. Salieron las hermanas y ella fue la ultima en cruzar la puerta.

Entonces pasó. Me miró con esos ojos de amor que solo ella pudo darme. Me tomó la mano fuertemente como si ella hiciera acto de presencia dentro de mi.
Y ese momento me pareció que el amor era eterno. Que podiamos vencer a Dios y a la Muerte, que todo era posible.

Lloré esa noche. Y lloré mas cuando me enviaron la notificacion de que nunca mas podria hablarle. Mis emisarios me dieron las mismas noticias. Solo quedaba
esperar seis años.

El amor no lo puede todo ...

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